El Mágico, el fútbol, la vida
Jorge Alberto González Barillas nació en San Salvador el 13 de marzo de 1958, hijo de Óscar Ernesto y de Victoria, benjamín entre ocho hermanos. El primogénito, Mauricio Pachín González, despuntó en las filas de Atlético Marte y fue seleccionado nacional; quizá por ahí se explica la tempranera pasión del niño Jorge. A los 18, Mágico debutó en la máxima categoría del fútbol salvadoreño con la camisola de ANTEL. Destacó de inmediato y en noviembre de 1976 vistió de azul y blanco para sendos choques amistosos contra el Vitória Setúbal (Portugal) e Independiente de Medellín (Colombia). Marcó un gol. Pero aún le quedaban seis años en el terruño, en los que se enfundó las camisolas de Independiente de San Vicente primero y de Club Deportivo FAS después.
La selección de El Salvador obtuvo su boleto para el Mundial de España-82 porque se lo ganó al México de Hugo Sánchez. El desempeño de Mágico en la fase de clasificación fue determinante, con actuaciones sobresalientes ante Panamá, Honduras y México. Pero el tarro de las esencias más preciadas lo destapó en los partidos preparatorios primero, y en el escaparate mundialista después. Mágico brilló en el Mundial como un diamante entre el carbón, se llegó a escribir, por el triste papel desempeñado por la Selecta.
Dicen que el Atlético de Madrid se mostró interesado, pero Mágico se dejó engatusar por Camilo Liz, el secretario técnico del Cádiz CF, modestísimo equipo andaluz que acababa de descender a Segunda. Fichar por el cuadro amarillo lo alteró todo, quizá para bien.
Mágico aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Jerez (en Jerez de la Frontera, provincia de Cádiz) el 27 de julio de 1982, dos semanas después de que la Italia de Paolo Rossi ganara el Mundial, y abandonó la ciudad algún día de mediados de 1991. Con el Cádiz CF disputó dos temporadas en Segunda y seis en la máxima categoría. Sus números no explican ni justifican idolatría alguna: de sus 150 partidos en Primera –25 en promedio por temporada–, sólo en 92 disputó los 90 minutos, y anotó 42 goles.
La más productiva de sus temporadas –la 1983–84, con 14 dianas en 31 partidos, tercero en el Trofeo Pichichi– despertó el interés real del Atalanta (Italia), del Hellas Verona (Italia) y del París Saint Germain (Francia), y el presunto del Fútbol Club Barcelona. Pero ninguna negociación cuajó.
La 1984–85, la que debía haber sido la de la consagración, resultó un vía crucis, con gravísimos problemas disciplinarios que condujeron a una abrupta ruptura con la dirigencia y desembocó en un traspaso-despido al Real Valladolid CF, donde deambuló tres meses para el olvido.
La temporada 1985–86, cuando tenía la edad talismán de 27 años, huyó de España y se desvaneció en California, en Baja California, en El Salvador. No practicó fútbol profesional.
Pero en Cádiz la semilla había germinado. Querido con creciente locura por la afición, el Mundial de México-86 sirvió de excusa al presidente cadista Manuel Irigoyen para viajar a San Salvador a buscarlo y redimirlo. “Pese a su genio futbolístico, una descuidada vida personal le llevó al pozo del fracaso y el anonimato. Ahora ha vuelto”, escribía el periodista Carlos Funcia en el diario El País, pocas semanas después de su aclamado retorno. Remachaba: “La trayectoria deportiva y personal de Mágico González tiene tintes de leyenda. De difícil personalidad, parece que ni los éxitos ni los fracasos dejan huella en su ánimo y está como ausente cuando se le felicita”. Eso y así se escribía sobre él en septiembre de 1986.
Salvo el enigmático paréntesis, Mágico estuvo ligado al Cádiz CF entre 1982 y 1991. En esos años marcó goles imposibles, dribló, se emborrachó, durmió, soñó, confesó que su mejor sueño era ser feliz, alternó con Camarón de la Isla, se metió a una hinchada en la bolsa, comió pescaíto frito, bailó flamenco, obvio que no se tomó el fútbol como un trabajo, derrochó cuanto pudo, erró penales, macheteó culebras, enamoró, se drogó, gozó, fue condenado a seis meses y un día por abusos deshonestos, goleó al Barça, goleó al Real Madrid, forjó una leyenda a su pesar, rehuyó a los periodistas siempre que pudo, hizo méritos suficientes para entrar en el Salón de la Fama y triunfó como triunfan los que no miden la felicidad por los ceros en la cuenta bancaria.
Mágico jugó al fútbol y vivió la vida. O quizá vivió el fútbol y jugó la vida.
Casi un cuarto de siglo después de su salida del Cádiz, y aunque lo hizo por la puerta de atrás, quienes más lo disfrutaron no lo olvidan. Fotografías de Mágico decoran docenas de tabernas y cafeterías gaditanas, los DVD con sus hazañas se guardan como joyas de la abuela, su rostro sigue omnipresente en las gradas del Ramón de Carranza. Y en la calle Pelota, a 50 metros de la catedral, hay una tienda que vende a cinco euros camisolas con su caricatura. Y en la plaza San Juan de Dios, el Bar Los Pabellones imprime calendarios de bolsillo con su imagen y la de Camarón. Y en la tienda oficial del club aún hay quien compra la elástica amarilla y pide que le estampen ‘Mágico’ en la espalda. Y en un negocio llamado Deportes Bernal tienen… Y en…
Casi un cuarto de siglo después, Mágico sigue vivo en Cádiz.
Este texto es un fragmento de una crónica de más de 6600 palabras titulada ‘La ciudad del Mago’, que es uno de los 16 perfiles y crónicas que integran mi libro Made in El Salvador. La obra está a la venta en Amazon, tanto impreso en papel como en formato eBook. Si vives en El Salvador, puedes adquirir el libro firmado y con dedicatoria; el DM de mi cuenta de X/Twitter está abierto.